Fernando Gracia Ortuño

Noticias, eventos y curiosidades en torno a la novela de Fernando Gracia Ortuño

domingo, 21 de abril de 2019

Los principios y los valores en la novela negra


                                                 Booktrailer de Un detective en la cocina

El dilema entre la presencia o inexistencia de principios y valores en la novela negra es algo inextricable cuando hablamos de la trama y de personajes. Aparte del protagonista, y con salvedades, en la novela negra casi todos los personajes son oscuros e incluso perversos. Muy pocos en ella tienen lo que se dice principios y valores. La ética no existe, la moral tampoco en los ambientes del crimen y el hampa. La novela negra ambientada en lo social nos viene a confirmar que el mal existe, está ahí fuera, por mucho que nos queramos tapar los ojos y ocultarlo en nuestra cotidianidad. Hay gente al margen de nosotros que lo vive y lo sufren, esto es algo que el protagonista nos quiere dejar bien claro. Y es precisamente éste personaje del héroe o detective protagonista, el que viene en cierto modo a corroborarlo con su acción y sus motivaciones. Con su actuación en la novela. Es una especie de Quijote moderno armado con los instrumentos de la ley y el orden que busca descubrir esa verdad que tanto se trata de ocultar. Muchos no estarán de acuerdo con esta afirmación, lo sé... E incluso más de uno se reirá ante esta comparación del detective moderno con un quijote, puesto que los personajes protagonistas de un Chandler, un Hammett o un Ross Macdonald, según ellos, nada tiene que ver con el loco de la Mancha. 
    Sin embargo, si preguntáramos, por ejemplo, a los personajes de mi novela, ninguno sabría establecer la diferencia entre principios y valores. Es más, no sabrían en realidad contestar. Sólo emitirían una necedad por toda respuesta. La necedad que su propia naturaleza determina y que le da un lugar y los ensarta en la trama. ¿Cómo podrían saberlo, en efecto, si ellos mismos, como personajes que actúan por impulsos individuales, como sujetos arrastrados por las circunstancias ciegas, no saben siquiera lo que son?

Fernando Gracia Ortuño
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miércoles, 17 de abril de 2019

La trama secundaria de la novela negra

                                                                        Booktrailer
Como también dice Luis Tamsley en Escuela de Novela Negra, la trama secundaria lleva el tema de la novela, un concepto universal con el cual podrá identificarse el lector. Normalmente reflejan una crisis, algún dilema moral o la integridad del personaje protagonista, del detective, por ejemplo. Es el caso, por ejemplo, del típico detective de película norteamericana que está tan metido en el caso que descuida a la familia, y esto le hace pelearse con su mujer. La trama secundaria podría ser una historia paralela de su vida de pareja, sus conflictos, sus dificultades y sus logros. También se dan casos en que representa el descanso o disyuntiva del guerrero, ese remanso de paz anhelado en contraposición con el infierno a vida o muerte que está viviendo en ese momento el protagonista, y del que desea salir a toda costa, pero no sin antes haber resuelto el caso, como vemos en la magnífica película de suspense 8 milímetros, con el mejor Nicolas Cage.
    En el caso de Un detective en la cocina, la trama secundaria estribaría en todo aquello que no está en el oscuro y peligroso ambiente de la novela, y que representa los aspectos mejores de fuera, como la amistad, el compañerismo, la vida familiar, y sobre todo la relación con la madre y con el único compañero del que el protagonista logra alguna clase de apoyo. Es decir, todo lo que no chapotea en la sucia corrupción y la sordidez del lugar de la acción, y que se usa en este caso en la trama secundaria, como contrapunto ideal o valor supremo, digno paradigma moral, tal vez a alcanzar en un mundo totalmente exento de conceptos siquiera lejanamente parecidos.


Fernando Gracia Ortuño
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martes, 16 de abril de 2019

Las tres muertes de la novela negra en "Un detective en la cocina".

https://youtu.be/caFkhmiFURA
Luis Tamsley habla, en su Escuela de Novela Negra, de las tres muertes que normalmente se dan en la novela criminal: La muerte física, la muerte profesional y la muerte psicológica. Dice que siempre es conveniente usar en tu novela negra alguna de las tres, como mínimo dos. 

  Pensando en ello un rato, me doy cuenta de pronto que en "Un detective en la cocina", curiosamente, uso las tres. El protagonista, Curro, en efecto, lucha, en primer lugar, por no perder la vida en el antro adonde ha ido a parar, puesto que ha descubierto algo que está ocurriendo en esa cocina maldita. Algo muy gordo que le va a traer, le está trayendo ya, problemas. También a nivel profesional, la muerte profesional del  trabajo eventual donde tiene que luchar para hacerse un puesto allí, entre tanto farsante y maleante, tiene su cabida. Y finalmente, la muerte psicológica, representada aquí en una frase del protagonista, cuando dice que todo lo obligado de aquella manera representa la muerte psicológica: "Por algo será que lo llaman matadero al propio puesto de trabajo, todos los trabajos obligados son un matadero como éste, de alguna manera algo se muere necesariamente cada día".

   Vemos por tanto, casi por casualidad, que en "Un detective en la cocina" se dan los tres tipos de muerte que recomienda Luis Tamsley.


                                              Un detective en la cocina en Amazon



Fernando Gracia Ortuño. 


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domingo, 13 de julio de 2014

Arroz a Banda


Es un arroz tipo paella con un buen sofrito y un caldo de pescado natural que se estila mucho en Alicante y Valencia. Antiguamente se comía como acompañamiento de pescados y hervidos que se servían y sirven todavía en bandejas aparte. Suele hacerse un sofrito con pimentón de la vera y azafrán al que se añaden gambas peladas, sepia o pota de calamar a trocitos. Se sofríe un poco el arroz en este sofrito y se agrega el caldo hirviente. Unos minutos en el fuego y el resto al horno hasta que el arroz esté en su punto.













Fernando Gracia Ortuño

jueves, 10 de julio de 2014

Las recetas del detective

Un día el protagonista de la novela estaba haciendo una sanfaina y me dijo:
-No es difícil innovar, cada uno de nosotros somos en potencia cocineros de autor, lo que pasa es que no lo sabemos y preferimos seguir lo que hacen los cocineros.
Luego me hizo en directo una receta minimalista estupenda, que os voy a compartir si os gusta sorprender a vuestro amigos en cenas de fin de semana, y como más de uno a veces me las habéis pedido, pues ahí están la primera


"Barquillos de pan con Sanfaina y atún"

Se hacen unos barquillos de pan, se tuestan un poco al horno y se coloca la sanfaina y el atún tal como aparece en la foto.





miércoles, 25 de septiembre de 2013

De recortes y locuras



Llevaba demasiado tiempo en tensión. El sistema de recortes "muerte lenta" le estaba crispando los nervios desde hace mucho tiempo ya, entre sus propios compañeros se había establecido una especie de competición por exclusión consistente en adivinar el fallo del prójimo para inmediatamente ventilarlo a los cuatro vientos, y sobre todo a los superiores, a fin de anotarse un punto en el expediente a costa de una víctima más, -¡pero qué más daba!, lo importante era sobrevivir, como en el Titánic, sálvese quién pueda y maricón el último-, y aquél insignificante hecho fue la gota que colmó en vaso: ¡Un grumo en la crema de calabaza!!! Un grumo en la puñetera crema lo dio todo al traste en el momento exacto en que comenzó a gritar de aquella manera inhumana, desaforada, que había un grumo en la crema, que habían cometido un atentado contra las normas básica de higiene alimentaria y que aquéllo no podía quedar así. Inmediatamente se formó un consejo de guerra, y vinieron todos los superiores en formación militar: ¡Preguntas, gritos, el ambiente se volvió de pronto enloquecedor, y los propios médicos, los cirujanos y los auxiliares, los enfermeros y los celadores detuvieron ipso facto su actividad. En la mente de todos un sólo pensamiento: Alguien o algunos, más bien, se habían vuelto locos de remate en las cocinas centrales. Enseguida unos auxiliares de psiquiatría, conjuntamente con personal de seguridad y unos celadores de gimnasio bajaron precipitadamente por las escaleras hasta los sótanos. Llevaban consigo, como no, una ristra de camisas de fuerza para casos de emergencia. Pero cuando llegaron al lugar de los gritos tan inhumanos y locos, la dietista "Barrilete" acometió contra ellos de la manera más furibunda. Parecía "el Toro de la Vega" enfurecido. ¡Y sus gritos, sus gritos, amigos míos, causaban un espanto tan enervante y agudo que calaba los huesos al que los oía,  haciendo que incluso a  más de un celador le diera por poner pies en polvorosa...

Fernando Gracia Ortuño
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lunes, 9 de septiembre de 2013

El marco histórico social de la novela

Si me preguntaran si la novela refleja el momento histórico actual, contestaria que está ambientada en la inmediata actualidad. Y si compararan esta actualidad con un transatlántico denominado Titánic, contestaría que también admite la comparación, porque refleja el "hundimiento" no sólo de una generación de jóvenes "perdidos" en el extranjero, sino de la clase media, que ha ido perdiendo sus derechos paulatina y drásticamente en tan sólo unos años. La juventud del protagonista en este caso se usa como pretexto para ahondar en otras cuestiones sociales, económicas y políticas.
 
De todo esto y mucho más también se habla en la novela, como telón de fondo de una situación que desde el primer momento se declara en tensión entre el personaje protagonista y su circunstancia.
 
Fernando Gracia Ortuño
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miércoles, 4 de septiembre de 2013

En los ensayos de escritura de la novela

Son pequeñas anécdotas que pertenecen al making off de la novela, pero una vez, recuerdo, estando almorzando casi todos los personajes, el protagonista llamó la atención a Víctor, uno de sus más férreos rivales en la escena de los ensayos de escritura, y le espetó que no comiera tan rápido. Que si seguía así al final se quedaría con el sobrenombre que todo el mundo le asignaba dentro de la novela.
 
Víctor se incomodó un poco, y le preguntó qué tenía que ver la velocidad con el tocino, a lo que todos estallaron de la risa. Pero él, lejos de amilanarse, porque todo el mundo pensó automáticamente en el mote de "zampabollos" que le asignaban en los talleres, le instó a continuar con su explicación, como a la expectativa de su ridículo. A lo que Curro repitió que si comía tan rápido, cada vez se pondría más gordo, pero el otro no lo entendía, así que se lo explicó:
 
-¿No ves que si sigues comiendo compulsivamente, tu estómago, antes de estar satisfecho no puede enviar la señal al cerebro y come y come sin parar hasta reventar, y es por eso que no asimila que ya no tiene hambre, pues no lo dejas reposar, ni le das tiempo?
 
Era la típica norma de nutrición que siempre dicen los dietistas. Pero el interesado no lo comprendía, pues al instante le rebatió mascullando, todavía con la comida en la boca y masticando compulsivamente:
 
-¿Pero, Curro, johé, peazo alcornoque, si no como ahora, cómo voy a quitarme el hambre, johé...!
 
En ese preciso momento todos estallaron nuevamente a reír como locos, y Curro, mientras tanto, se echaba las manos a la cabeza, sonriendo como un pillo algunas veces, y riendo otras a las claras, cuando Víctor no lo miraba.
 
 
Fernando Gracia Ortuño
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martes, 27 de agosto de 2013

La dignidad del héroe

Es un dilema el que la voz del narrador en las novelas negras tenga que ser la del que se va haciendo conocedor de la psique criminal. Como una especie de Cicerón por un viaje a los infiernos, nos relatará sus averiguaciones y sorpresas a lo largo de su aventura, topándose de pleno en más de una ocasión con el rostro de la maldad que deberá desentranñar del lado oculto para dejar el blasón en alto de la justicia.

El mal entonces se codeará de tú a tú con el lado bueno del espíritu humano, el de la justicia y el bien, pero no sin dejarle mellas en este encuentro trágico y definitivo.

Es el mito del héroe que ha de superar muchas pruebas que pondrán en peligro su vida a fin de encontrar su camino y salvar su vida del sinsentido de la existencia soportando la losa que le oprimiría de por vida si no lo hiciera.

Ha de ganar el amor, la estabilidad, llegar a su hogar con el deber cumplido.

Por eso frases del estilo de "Cuanto más noble y buena es un alma, tanto menos piensa mal de los demás", no van con él, porque esa es la tontería y la desidia del indiferente y acomodaticio, del burgués para el que todo está bien como está en el mundo, y no hace falta cambiar nada.

No, el héroe de novela negra, buscando hacer justicia, reivindicando el honor de su propia dignidad como ser humano maduro y consciente del lado criminal y salvaje del alma humana, luchará, mejorará, se dejará la piel por la vida del inocente que trata de rescatar de las garras de su presa, tal como tal vez las familias de cro magnones luchaban con las fieras con las más afiladas armas para rescatar a sus propios hijos de la muerte.

Por tanto, cuando consideremos al detective o al protagonista de la novela criminal, siempre y cuando se trate del héroe en primera persona, y no desde el punto de vista del criminal, que también hay novelas del género, pensemos que se trata de una especie de búsqueda, investigación y descubrimiento de algo que por lo general nadie realiza, sino él, y no lo juzguemos por su capacidad de conocimiento del mal. Conoce el mal como el criminalista conoce al objeto de su estudio científico: el delincuente, el criminal.

Pero no es como él, lo combate nada más, para salir victorioso en la lucha por la dignidad del ser humano.

Fernando Gracia Ortuño
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domingo, 18 de agosto de 2013

El muro infranqueable

Según Errico Malatesta el hombre es el producto de la sociedad y la sociedad a su vez el producto de la acción del hombre. Entonces en la novela "Un detective en la cocina" los personajes serian a la vez fruto de esta "cocina", y el ambiente de la misma la consecuencia de la acción de aquéllos. Como un funesto pez que se mordiera la cola, este círculo vicioso seria entonces el origen de la tragedia y el mal al mismo tiempo. Sin embargo algo me dice que lo que los personajes llevan dentro de serie lo volverían a reproducir en cualquier otro ambiente. Es por eso tal vez que los patrones universales de la novela negra y de los personajes traspasan siempre el canon circunstancial y se adaptan a cualquier lugar. Tiempo y circunstancia permiten que los hombres siempre interactúen con su medio, transformándolo y dejándose a su vez transformar. En la novela negra el muro que representa lo irracional es siempre más macizo e infranqueable.

Fernando Gracia Ortuño
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La originalidad en la creación

Lo bueno que tienen las películas de mala calidad es que se convierten automáticamente en parodias del género que pretenden seguir, o incluso de la película concreta que emulan con escaso éxito.

Hace poco vi una de las miles de películas sobre exorcismo y aunque pretendía seguir y plagiar al pie de la letra la primera de la larga lista de películas sobre posesiones demoníacas, lo único que consiguió es que me estuviera riendo durante las dos largas horas sobre el inútil intento de plagiamiento descarado de "El exorcismo". Lo malo de ser un plagiador es el ridículo, lo bueno, pues, la risa.

Cuando la risa en una novela nos asalta por esta serie de cosas resulta bien patético, porque como ya sabemos, segundas partes nunca fueron buenas, y más si son de otros autores.

Por eso, como siempre digo y aconsejo, mejor escribir, como decía Cervantes, sobre lo que conoces bien. Bueno, creo que lo dijo Cervantes... No se puede escribir sobre lo que te ha gustado mucho, de otro.

Escribe sobre lo que sabes y conoces bien, lo que ha hecho que durante meses o años hayas estado acumulando conocimientos de toda índole.

"Un detective en la cocina" es un ejemplo de lo que yo he vivido en primera persona, y aunque la voz que narra en este caso no es la mía, mucho de lo que allí se narra sí que tiene sólida base real.

Cuando te ríes leyendo esta novela, me dice un amigo, no es por la burda copia malograda de otra novela, sino por la genuina descripción de una realidad, percibida por un punto de vista objetivo e imparcial, pero también bien planificada y estructurada sobre unas vivencias inequívocas.


Fernando Gracia Ortuño

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jueves, 25 de julio de 2013

Pasado y presente en la novela

Os imaginais un  facebook con censura, un Blogger con cortapisas y un control de vuestras vidas que os impidiera crear, opinar y  os forzará a vivir con patrones de hace más de cuarenta años?  Yo no. Ni el protagonista de mi novela tampoco. Por eso tal vez chocó con los personajes que  encarnaban otro mundo en este, en una paradoja y contrasentido actuales e históricos al mismo tiempo. Hasta que se supera el pasado muchas veces ocurren cosas como las de esta novela.  Porque ese pasado, esa mentalidad  y esa censura amenazantes siguen en el mismo sitio, solapados y latentes todavía,  esperando la ocasión de volver a reafirmarse y sin haber sido superados como erróneamente suponemos. 

Fernando Gracia  Ortuño
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miércoles, 24 de julio de 2013

Una novela negra

Hoy os quisiera recomendar una novela negra excelente, de Charles Williams, titulada "Marcada por la sospecha".

Charles Williams no es tan conocido como Chandler, Hammett, o Ross Mac Donald. Pero en esta novela, donde la violencia está encarnada en un pueblo de mala muerte de la Norteamérica rural, negra y profunda, está a su misma altura, si no más inclusive, porque nos retrata de manera carismática y con una lucidez que sólo se da por desgracia en los grandes artistas, la sordidez de los ambientes viciados en su propio caldo de odios y rencores irreconciliables de siglos, amazacotados justamente en el momento en que el protagonista, el ex policía Chatham, se ve obligado a permanecer varios días debido a un pequeños accidente con el coche.

Chatam, enseguida conocerá a la dueña del motel en el que debe alojarse hasta que le reparen el coche, a quien justamente la mayoría de lugareños, viles y chafarderos, ruines y miserables como ellos solos, calumnian constantemente desde la muerte de su marido, años atrás. como si ella estuviera detrás....


En fin, siempre el héroe rescatando a la princesa, desechando de paso la purria en derredor, totalmente ajena a la palabra justicia o siquiera honestidad... Porque así es como prodríamos definir una vez más la novela negra en general, el bien, siempre escaso, demasiado aislado, y el mal, siempre general y vulgar, demasiado vulgar...



Fernando Gracia Ortuño

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Los quijotes

¿Sabéis esas cosas que se piensan de niño, cuando se mira por unos prismáticos y se cree poder escuchar lo que dice la gente que está tan lejos en realidad, pero que nosotros vemos en esos momentos tan cerca?

Pues así es el idealista y el quijotesco, él cree que le escuchan, porque le gustaría que las cosas fueran diferentes, le duelen  más que a cualquiera, tal vez porque todavía conserva partes de ése niño que mira con prismáticos el mundo, lo ve más cerca y se imagina lo que no es, puesto que en realidad el tiempo que se tarda en llegar a aquéllas voces muchas veces es inmenso e infinito como lo absurdo, un tiempo que será al final el que dictamine los cambios que aquél había pronosticado, cuando todo eran voces imaginarias en la lejanía, sordera.

Si no fuera por los quijotes y los idealistas todavía el hombre estaría en los árboles de la savana africana. Pero cuando aparecen, como en el Quijote, la mayoría de esas voces en la lejanía, echando por tierra su sentido, acaba de empezar una profecía que se cumplirá, y así es desde que el hombre es hombre. Y seguirá siendo mientras ponga las cosas en su sitio la evolución y el progreso después.



Fernando Gracia Ortuño

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domingo, 21 de julio de 2013

El mundo está cambiando

El escenario de "Un detective en la Cocina" podría ser cualquier otro, los personajes cogidos al azar de una panadería, un súper, un bufete de abogados, un bar, un restaurante o una peluquería, porque, si nos paramos a pensar, en una panadería nos intentarían estafar igualmente con pan de aire, muy abultado y crujiente, pero sin substancia ni peso, o si es de calidad el triple de caro, salvo en los paquistanís, que se han dado cuenta, y ahora están aprovechando el tirón para vender pan verdadero, en contra de lo que están haciendo las panaderías, que venden algo parecido a la goma espuma vaporosa e insubstancial. En una peluquería nos raparían por un ojo de la cara, mientra una maquinilla de rapar vale menos de quince euros y tienes para varios años, pero como los chinos se han dado cuenta, ellos lo cortan por la cuarta parte del precio oficial, pero ¿quién tiene hoy en día para pagar el precio oficial de 40 o 50 euros por arreglarse las mechas en una peluquería oficial?

En un restaurante, lo que se conoce por engordar la factura era algo habitual, y mucho, como el vino, el café, los chinos, en cambio, más espabilados, y mirando a largo plazo, no tienen costumbres de engorde de factura, ofrecen precios económicos de menús baratos, y triunfan, se están adueñando del mercado. No intentan robar, como en muchos sitios, engordando facturas ni imaginando precios que no están a la vista, excepción hecha de los locales cerca de la playa, que han uniformado tendencia al latrocinio con exuberantes facturas de cara al turismo extranjero. Esto también sucede en los restaurantes filipinos y libaneses que en barrios más alejados son  baratos, pero si vas al paseo marítimo te sablean hasta los tuétanos.

Pero en general, aparte de estas contingencias oportunistas, el latrocinio y el sableaje es más nacional, reconozcámoslo, si queremos reconquistar nuestro comercio, nuestra economía y turismo ya en manos del extranjero. No sablean tanto, por eso cada vez tiene más éxito, y los restaurantes extranjeros con la misma calidad que los españoles, pero a mitad de precio, acaban triunfando: ¿Por qué será?

En los supermercados, ¿por qué sólo triunfa uno por goleada, o a lo sumo dos aquí, mientras los demás están condenados a la desaparición darwiniana? ¿Y por qué los súpers paquistaníes cada vez son más abundantes, mientras que el pequeño comercio local ha ido desapareciendo? Sencillo: La calidad y el precio han encumbrado a dos, el Dia y el Mercadona, los demás súpers tienen los días contados, y para el comercio alimentario de barrio o proximidad tenemos los paquis y los chinos, que nos han arrebatado, con pan de calidad, infinitamente más bueno que el de las panaderías típicas, y los mismos productos que en el súper, pero a tiro de piedra de casa, el mercado de los antiguos ultramarinos.

Ahora los ultramarinos son súpers de paquistaníes y chinos, indios y filipinos. Las peluquerías cada vez están más en manos de los chinos. Las tiendas de ropa, los todo a cien, todo en manos de los chinos, porque nosotros vendíamos eso mismo, todos esos productos a precios exorbitantes, y ellos en cambio los venden bien de precio, y la gente está con el agua al cuello, y no es tonta.

Cuando alguien nota que al comprar pan le han sisado, y encima le venden un pan de goma ultraligero como los aviones, no se lo piensa dos veces, se cambia al paqui de la esquina, a comprar un pan de mucha más calidad, y mucho más barato...

Claro, por eso digo, los personajes de la novela, podrían circunscribirse a muchos de estos ámbitios de la economía de comercio, en vías de desaparición, porque también ellos pertenecen a un mundo en vías de extinción, la gran cocina donde pululaban Fran, Sánchez, Curro, el Sonámbulo y demás, se viene abajo, pronto vendrán otras, de la mano de grandes empresas, que se llevarán por delante el mundo antiguo, de costumbres oxidadas y acomodaticias, típicamente locales, que ya pronto desaparecerán para dejar paso a un mundo nuevo en manos de otros que vendrán y se harán con el país, convirtiendo tal vez a los lugareños en sus propia mano de obra barata como ocurre en los países del tercer mundo...

Quién sabe... son sólo pensamientos, asociados a la novela.


Fernando Gracia Ortuño

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miércoles, 19 de junio de 2013

Enzarzados por la ficción

Una de las cosas peores -y por desgracia necesarias- en esto de los rodajes en los platós de escritura, es, por supuesto, la de la verosimilitud. Robert de Niro sabe mucho de esto. Hay que creerse al personaje. Lo malo viene cuando el personaje se lo cree tanto que no es capaz de distinguir realidad y ficción. 
Esto, cuyo ejemplo voy a narrar brevemente, es lo que nos pasó aquella madrugada a los personajes y a mí justo antes de ponernos a trabajar, mientras tomábamos el primer café. El protagonista se creía tanto su personaje que no se podía salir de él ni durante el desayuno. Le estaba azuzando al malo de la peli que hiciera su papel con mayor convicción, todo y que yo estaba viendo que lo hacía muy bien, según el guión. Pero Curro se empeñaba en lo contrario, y de ahí la pequeña discusión, cuando ya se acababa la novela:

-¡No, Sánchez, ¿no podrías hacerlo con más convicción? ¡Tienes que ser más convincente en las escenas finales! ¡Ningún malo de película reaccionaría así!

-¡Cómo que no! -intervine yo por alusión-. ¡Si lo está haciendo muy bien!

-¡Qué va! ¡Tendría que gritar más, como un...!

-¿Tronado? -intervino Sánchez. Y por un momento sus ojos brillaron burlonamente, con la misma perversidad con que lo había dotado en el personaje, justamente a él.

Por un momento, mientras se enzarban en esa ocurrente dísputa, llegué a pensar que realidad y ficción se sobreponían, porque se peleaban de un modo muy parecido al de la novela. 

Pero aquello, claro está, no tenía nada que ver. Era otra historia, sin argumento. Lo mismo que pensaba Sánchez de Curro, lo pensaba el otro de él, porque los dos, en cierto modo se creían el papel, y se lo tomaban muy en serio, si bien ninguno, fuera de los platós, estaba más tronado que el otro, como se habían insinuado mutuamente. O tal vez sí, porque a fin de cuentas los personajes, una vez fuera de la mente del su creador, adquieren esa autonomía clásica que los vuelve característicos...


Fernando Gracia Ortuño

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jueves, 13 de junio de 2013

El porqué del término "analfabestia"

Como aquél día de escritura con el protagonista estaba el ambiente muy caldeado, nos fuimos a tomar unas cañas a la taberna del "Mendrugo", un simpatizante que muchas veces se pasaba por los talleres y ensayos, justo cuando íbamos a escribir algún párrafo de la novela, y soltaba alguna tontería, que él llamaba parida.

-Curro una de las cosas que me preocupan de la novela, su resultado final, es que siempre estés utilizando la jerga laboral del populacho, esta manera de expresarte tan barriobajera y...

-¿Y?

-¡Bueno, yo qué sé, oye...! ¡No me gusta, no suena bien, es ofensiva, jolines...!

-Pero sin embargo, analfabestia, por ejemplo, está en el lenguaje más popular en todo el territorio nacional. Es una manera de ser, una filosofía muy típica.

-Desde luego es una forma de ridiculizar. Si cualquiera se sintiera aludido por su formación... No sé, intenta usar otras palabras, unas formas de expresión más acordes con las novelas que se publican hoy en día.


-¿Estas novelas tan sosainas que se leen de refilón y que no tienen enjundia, como las de Vernon y demás, para entretener nada más, sin substancia ni fundamento, como diría Arguiñano? ¡Que lees una y las has leído todas en cien generaciones de escritores entre comillas!

-¡Bueno, bueno, bueno... Esto ya es el colmo!

-Pues si quieres que te diga una cosa, no voy a renunciar a mi vocabulario... Es la forma que tengo de expresarme, la de la calle. ¡Tú eres el que te las tienes que ingeniar para hacer de mi jerga un lenguaje artístico, con sentido y profundidad!

-¡Pero que representa para tí esa puñetera palabra!

-Bueno, "analfabestia" es una filosofía, una forma o estilo de vida. Representa la unificación en un sólo término del concepto de la bestia bruta y cateta por un lado, y la ignorancia más retrasada que puedas imaginar. Es algo lingüístico, filosófico y cultural, no sabría cómo definirlo. Los hombres de las cavernas eran unos bestias,  está claro, pero en la época actual, los analfabestias representan a todo un sector social todavía inverosímil, una capciosidad existencial, un contrasentido, un ir para adelante con el culo vuelto al revés, estando atrás y caminando al revés, o con las manos... no sé... Un "analfabestia" es una bestia en el mundo moderno de seres racionales y circunspectos que lo delatan a las claras, pero dentro de ese mundo este ser dotado o tocado por la gracia del pasado primitivo, se hace el sueco, y parece normal y corriente, como un individuo más de una sociedad heterogénea que no distingue definiciones que no quiere ver, o no puede... Es complicado, Fer, de explicar toda la filosofía y la cultura, la sopesada carga de conocimientos y el bagaje cultural adquirido de los analfabestias. Ahora te ríes, pero los analfabestias a ti te dan cien mil vueltas en cuestión de picardías y tretas, de juego sucio y demoníaco maquiavelismo... Y eso, quieras que no, también es cultura...

Llegados a éste punto, no aguanté más sus impertinencias, y aduciendo que tenía trabajo, me fui del bar del Mendrugo. Muy enojado y confuso, eso sí, con el protagonista de mi novela.


Fernando Gracia Ortuño

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miércoles, 12 de junio de 2013

La discusión

Un día, ya harto de sus sobreactuaciones, le espeté al protagonista, justo antes de los ensayos:

-¡Pero bueno, chaval, ya vale de meterte con este país! ¡Es un país como otro cualquiera...!

-¿De meterme con este país? ¿Un país como otro cualquiera?

-Sí, lo siento, no eres para nada un buen español...

-¿Un buen español? -dejó ir a modo de toda respuesta.

A los pocos días, como el mal rollo con los demás personajes iba en aumento, y auguraba lo peor, le dije, de buenas maneras, como el que tiene que lidiar con un niño rebelde y díscolo a más no poder.

-Sí, Curro, no me digas que no te has estado pasando con tus compañeros, y de paso con todo el país... Entre tú y el Fran lo habéis puesto a parir...

-¿Puesto a parir? -adujo en tono sarcástico...

La verdad, no había manera de tratar con él el asunto. Pero un día vino al plató de ensayo de escritura con un par de bolsas de basura apestosas, y las despanzurró allí en medio, con total desfachatez. Le pregunté enfurecido a qué venía aquello. El me dijo entonces que eso contestaba todas mis preguntas, y que si tenía dos dedos de frente, que pensara: ¿Era eso basura? ¿Hedía? ¿No estábamos en un plató asqueroso? Pues que coligiera, que fuera coligiendo y que no preguntara tanto... Que donde había basura, la gente decía éste es un lugar tal y cual y pascual... Entonces, al cabo de pocos días, vinieron los días de la tormenta en la novela, de los encarnizamientos y los gritos, y los insultos, y las luchas y las derrotas, como prolífico e inopinado fruto de la imaginación y el numen.


Fernando Gracia Ortuño

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miércoles, 29 de mayo de 2013

El frío se ha instalado aquí

Aquella mañana de verano hacía un frío que pelaba. Por lo menos estábamos a cinco o seis grados, como poco, bajo cero. Todo iba y estaba al revés a como lo hacía años atrás, no sólo la economía de mercado se había convertido en economía de subsistencia y rebuscamiento basurero, sino que todo, absolutamente, se estaba transformando a un ritmo frenético a nuestro alrededor. 
Como se suele decir, todo estaba manga por hombro en un batiburrillo social y económico difícil de explicar incluso por los propios especialistas doctorados en ciencias de la economía y política. Aunqeu se llegaran a vislumbrar las cosas, muchas veces no se quería ver, ni mucho menos había ganas de cambiarlas.
Donde antes había una colección de contáiners difíciles de asimilar por la memoria o la consciencia humana, en hileras de cientos de metros, para los distintos tipos de reciclados y desperdicios, ahora había colas de necesitados rebuscando y revolviéndolo todo. Donde antes había inmigración, ahora había cada vez más emigración. Donde antes había dispersión familiar, ahora había concentranción en pisos cada vez más congestionados de gente. Donde antes había había turismo, economía de comercio y buen tiempo, ahora había desierto y cada vez más paro. 
Donde antes había lugareños haciendo vacaciones, ahora eran los extranjeros del norte rico los que venían a hacer sus vacaciones por una ganga de dinero. Y donde antes había una sociedad más o menos estratificada en clases, ahora todo eso se había convertido en dos únicas clases: la de los insertados y más o menos pobres, y la de los del todo pobres y cada vez más desprovistos de derechos y de todo, los excluídos del sistema porque la clase media había desaparecido y sólo había ricos y con medios, y sin medio alguno. Donde antes había un país con cierta peculiar identidad en Europa, ahora había una Europa de ricos y pobres que nos miraba con conmiseración  como a indigentes vecinos con complejo de Diógenes. 

Donde antes había una cierta y "típica" justicia, ahora había clubes del chiste por televisión. Y, en fin, seguiría, pero hace tanto frío, este frío polar que se ha instalado en la península, que se me agarrotan los dedos.


Fernando Gracia Ortuño

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lunes, 27 de mayo de 2013

Lo que faltaba para el duro

A veces en los platós de escritura, en los entreactos de los capítulos, había algún descanso. Curro, el protagonista, se ponía a largar de su vida. Y yo me quedaba ipso facto de pasta de boniato, lo juro. ¡Quería que escribiera un libro sobre su vida! En esos momentos, no comprendía nada, y me parecía que me volvía loco por momentos.

¡Que un personaje de mi novela me viniera en confidencias, y me propusiera escribir su vida...! Era absurdo. ¿Pero de dónde demonios había salido?

Yo tenía entendido que los personajes nacen de la mente del autor, que los perfila y los diseña según los requerimientos de la novela, y los encaja en el patrón de cada carácter definido en función de la trama.

¡Pero ahora resultaba que el mismo personaje creado por mí, venía a solicitarme, no qué digo, a imponerme que narrara su historia! 

¿Dónde diantres me estaba metiendo? ¿Qué estaba pasando allí en los platós, que hasta los personajes me ninguneaban de aquella manera? Desde luego era el mundo al revés. Peor que una película de "La loca academia de escritura", de los hermanos Marx...


Fernando Gracia Ortuño

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lunes, 20 de mayo de 2013

La paella

Un día, en los platós de escritura, nos quedamos sin luz. Curro me propuso hacer una paella para todos, y se puso a buscar unos troncos y unas ramitas para la barbacoa del jardín. Era increíble que supiera hacer de todo, me dije, a su edad. Yo creía que sólo sabía trabajar de personaje. ¡Qué lejos estaba de la verdad! Curro era un auténtico pozo de sopresas. Había trabajado en los más diversos oficios, y con veinte años hacía unas paellas que ni los mejores gourmets se atreverían a igualar, pese a sus titulaciones, premios, estrellas michelines y concursos gastronómicos.

Mientras la saboreaba trataba de quitarle méritos sin querer, porque yo mismo era cocinero, y no acababa de dar crédito a lo que mis papilas gustativas me estaban señalando inequívocamente. Con aire suspicaz y pensativo, comía de aquella maravilla degustatoria junto a los demás personajes, pero al mismo tiempo trataba de recapacitar en el modus operandi, los trucos que había utilizado, los ingredientes, el fumet y demás factores culinarios que veía se me escapaban, a fin de poder explicarme su producto final, esa paella tan exquisita y divina que me estaba embuchando entre pecho y espalda como un auténtico glotón incontenido y desatado...

Cuando se me acercó, en la oscuridad del salón comedor con su plato en la mano, le pregunté disimuladamente si había utilizado algún truco especial, alguna treta desconocida para la realización de aquella paella, porque, sinceramente, confesé, no le veía ningún menoscabo ni tara en su realización, y hasta sabía bien, le confirmé. Pero él sólo se limitó a impacientarse. Quería rodar, ser escrito. Porque estábamos allí para escribir esta historia truculenta e infame, apuntó. Sí, una historia maldita, le dije yo. "Pero ¿por qué no me dices el truco de tu paella?", le pregunté en un último intento, antes de que volviera la luz, y aquél momento se perdiera para siempre.

Curro me dijo que si no me creía la paella, que no esperara que él tampoco me creyera a mí. La curiosidad me corroía, la incredulidad. Pero mis propios sentidos, la vista que tenía la paella, su aroma, su aspecto general en aquella paellera original, su sabor tan sublime me impulsaron a sincerarme por fin. A regañadientes y con desgana le confesé que estaba bastante bien, y que por eso quería saberlo, para después hacérmela yo en casa. O para presumir de buen cocinero delante de los amigos, o en el trabajo. Porque él tenía un don, y no se lo quería confesar, pero tampoco desmerecerlo como para no decirle lo buena que estaba.

Al fin, le confesé que estaba muy buena su paella, para que me dijera el secreto, y que todos la estaban alabando para sus adentros, sin elogios fehacientes, pero no dejando ni un granito de arroz en sus platos. Pero Curro no quiso decírmelo aquél día, porque estaba muy metido en su personaje, y no quería saber nada de cocina, ni recetas en ése momento. Puesto que si había hecho la paella, dijo, sólo era porque se había ido la luz, y en algo había que gastar el tiempo del rodaje de la escritura.

"Otro día no me perderé ni un detalle desde el principio", le aseveré muy enfadado conmigo mismo por no haberlo visto todo desde que empezó la elaboración de aquella paella tan legendaria, de la que no me quiso decir los secretos. Pues nunca en mi vida me imaginé que un personaje pudiera hacer también paellas, por muy poco verosímil que pueda parecer al lector...


Fernando Gracia Ortuño

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sábado, 18 de mayo de 2013

Haciendo tiempo

Una madrugada, recuerdo, estábamos esperando a doña Inspiración, y el protagonista se acercó y se puso a contarme que tenía que volver a visitar a su médico, y que si no lo ponía a trabajar se iba ya mismo. Yo le conté, para hacer un poco de tiempo y entretenerlo, que la última vez que fui al doctor, había en la salita un hombre que tenía las orejas llenas de pelos. Era impresionante y no sabía si Curro se hubiera podido hacer a la idea con todos los detalles que le estaba dando.

Era muy llamativo, como digo y le dije, demasiado. Sus dos orejas parecían una mata de sendos pinceles de cerdas entrecanos que sobresalieran de aquellos agujeros como pequeñas colas de caballo extraordinarias, y que cada vez que volvía la cabeza disimuladamente para mirar me quedaba muy atónito. La television entretanto iba mostrando los distintos casos de realities shows sobre desgracias humanas que aquellas personas se tomaban con un estoicismo impresionante, en lugar de gritar como posesos y mandar a los periodistas curiosos a freír espárragos. 

El me dijo que donde hubiera una tele ya tenían a la gente hipnotizada y sedada por un tiempo de la cruda realidad. Entonces le pregunté por qué tenía que ir al médico, y me contestó que por unos uñeros que le habían salido en las uñas de los pies. Entonces le conté que las uñas siguen creciendo incluso después de la vida, y lo hacen de una manera muy productiva, por lo visto, como los pelos de las orejas de aquél buen señor en la salita de espera aquél día. Que durante meses podían llegar a crecer casi un palmo, sin darnos cuenta.

Curro me dijo algo que me dejó muy pensativo hasta hoy: "Lo mejor es no arrancarlos, porque luego crecen demasiado, como los pelos de las cejas, de las narices o las orejas". Como muchas cosas, pensé yo para mí. En ese momento vi cómo un desahuciado hipotecado por la televisioncita trataba de meterle el micrófono al periodista por una de sus orejas. Todo coincide, sentencié. Y Curro se puso a trabajar justo en ése momento, después de contarle lo alucinante que llegan a ser los realities shows de hoy en día. Cosas totalmente demenciales que se ven como normales.



Fernando Gracia Ortuño

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